Mis parpados,
tibios
trozos de carne
cayeron
como rocas entre el fango
y los
murmullos de
la falsedad. Los días madrugaban para pasar por mi cama, mientras a la luna ya
no le provocaba la popular taza de café, henchido de tardes llegarían
como un apego nicotínico sus pequeños ojos
menguantes y el rose flotante con
su rostro.
La vida que pasa desprevenida entre los
armarios,
también la pude llevar entre
las palomas de
todas las plazas y
entre los jarrones de la cocina, pero,
si hay
algo que he podido propiciar
es
que la vida es un flete con una cara
ligera pegada a la espalda que simplemente desprendes
y se va.
Checo.
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